El cielo azul y el fresco viento de la mañana invitan a caminar por las calles de piedra de esta ciudad medieval. Erice es verdaderamente pequeña: “sólo 250 habitantes” me dijo Pepe. Con diversas iglesias de valor histórico y un castillo normando construido sobre viejas ruinas griegas es suficiente atractivo para atraer a decenas de turistas que visitan durante el día a la ciudad.
Lo primero es dirigirse al Ettore Majorana Foundation and Centre for Scientific Culture, que me trajo en primer lugar al curso que he venido a tomar. Anna Mangiapane, la amable señora que a partir de hoy religiosamente servirá mi desayuno todas las mañanas, me da un mapa y me explica cómo llegar. “Muchas gracias” le digo sin estar bien segura de las instrucciones (¿pero, cuándo un mexicano dice que no entendió?). “Toma la calle de arriba y cuentas dos y ahí a la siniestra” (que por la seña y una asociación básica sé que se trata de la izquierda, ¡pues claro que la diestra es la derecha!). Y por supuesto, me perdí.
(Otra confesión, ese primer día por alguna razón entendí que la señora Anna se llamaba Rosa, nombre con el que la llame toda mi estancia. Me vine a enterar de mi error el último día cuando poco antes de irme le pedí me escribiera su dirección para enviarle una postal desde México. Imaginen mi cara cuando escribe Anna en mi libreta de viajes. Vaya que no se parece nada a Rosa y no me puedo imaginar qué pensaba ella que yo le decía cada vez que le decía Rosa. En fin, gajes del intercambio multicultural, supongo...).
La ciudad está construida con una piedra blanca local con aspecto gastado y que le da un aire medieval muy característico. El pavimento también es muy original con piedras de mármol de diversas formas que dibuja bonitos patrones ya gastados de tanto andar. Me recuerda Taxco, no por su arquitectura sino por lo sinuoso y empinado de las calles, así como del infame empedrado que se ve bonito pero que después de subir y bajar innumerables veces deja su “adolorido” recuerdo en los pies.
Estas fotos las tomé camino al Centro. Ojo con los laberínticos callejones y la maravillosa cuesta arriba. También es de notar que no hay nadie, las calles siempre solitarias. Algunos callejones son tan diminutos que uno simplemente no los ve y pasa de largo sin saber que acaba de perder el camino que debía tomar.
Dicen que estos callejones los construyeron los árabes con un fin defensivo. Un ejército invasor sólo podía pasar de un hombre a la vez, dándoles la ventaja para atacarlos.
El Centro y Fundación para la Cultura Científica Ettore Marjorana (nombrado así en honor al físico italiano del mismo nombre) está situado justo en el centro geográfico del pueblo, en la parte más alta de la montaña, donde alguna vez se ubicó el monastario de San Rocco. El monasterio de San Rocco se llama ahora Instituto Isidor I. Rabi y el auditorio se llama Richard P. Feynman (aunque los locales le siguen llamando San Rocco). Desde 1963, el Centro Marjorana organiza cursos en Erice con el fin de poner en contacto a investigadores, inventores y académicos reconocidos (incluyendo numerosos premios Nobel) con estudiantes de todo el mundo. Los cursos los imparten 123 escuelas (en todas las ramas de las ciencias, incluido el periodismo de científico y la comunicación de la ciencia) encargadas de organizar el programa y coordinar a los invitados y estudiantes. En San Rocco están las oficinas administrativas y de los directivos del centro. Además del monasterio de San Rocco, el Centro Marjorana cuenta con otras tres instalaciones: el monaterio de San Francisco (llamado ahora Instituto Eugene P. Wigner y con el auditorio Enrico Fermi), el monasterio San Domenico (llamado ahora Instituto Patrick M.S. Blackett con el auditorio Paul Dirac) y el "Ciclope" (llamado ahora Instituto Victor F. Weisskopf con el auditorio Richar H. Dalitz).
En el centro me dieron una carpeta con información de supervivencia básica, incluyendo un mapa detallando la ubicación del mismo y de los Institutos que lo conforman (mi curso comenzaría al día siguiente en el auditorio Paul Dirac), los hoteles base (incluyendo el mío) y los restaurantes donde podría comer y cenar. Así que, mapa en mano, me dirigí a perderme en el laberíntico mundo de calles y callejones para orientarme y conocer Erice.
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