Nos recibió una ciudad soleada y con el cielo azul intenso sin nubes. Subimos al autobús que transporta a los pasajeros de la terminal aérea a la zona donde se ubican las agencias de renta de autos. No pude dejar de reparar en un gran cartel pegado en la pared del autobús que decía: “Viva la experiencia completa. Por 5 USD extra diarios cambie su auto por un descapotable”. El póster venía acompañado de una gran foto de un auto descapotable rojo muy bonito. El mercadólogo que ideó el anuncio claramente anotó un hit con nosotros pues, al final, salimos de la agencia de autos…en un descapotable.
Al salir del aeropuerto acabamos en una gran carretera llamada San Diego Freeway o Interestatal 405. Si algo distingue las ciudades de nuestros vecinos del norte son sus grandes avenidas y carreteras. Son verdaderamente impresionantes y los angelenos no se sienten intimidados para manejar a alta velocidad –no parecen haber estrictos límites de velocidad como en otras ciudades americanas—, rebasan sin distinción por la derecha o por la izquierda cuando consideran que alguien va más lento de lo que debería (como un par de turistas que van viendo el mapa tratando de saber dónde se encuentran en una maraña de grandes avenidas y puentes). Para estar acostumbrados a manejar en la jungla de cemento que es la ciudad de México, definitivamente L.A. –como le dicen los locales— es más intimidante y agresiva. El tráfico estaba en su punto, y el sol comenzó a “achicharrar” nuestras cabezas descapotables.
El anuncio de la siguiente salida nos dio una buena opción para abandonar el abarrotado Freeway. Era la salida para Mulholland Drive. La noche anterior, como parte de los preparativos de viaje, habíamos visto en video la película de Lynch Mulholland Drive. La famosa carretera recibió su nombre en honor de William Mulholland, el arquitecto que construyó en 1913 el acueducto de la ciudad considerado como el más largo del mundo, y que aún continúa abasteciendo de agua a tres cuartas partes de la metrópoli—. Como no teníamos ningún plan de antemano, simplemente tomamos la desviación.
Mulholland Drive fue un verdadero respiro, tanto para el asfixiante tráfico de la ciudad como para el abrasante sol. En minutos estábamos en un sinuoso y arbolado camino que recorre 40 kilómetros a través de las Montañas de Santa Mónica, desde el Valle de San Fernando hasta Hollywood. El día era perfecto para tener las mejores vistas de la ciudad. Siguiendo las señales de tránsito llegamos sin problema a Sunset Boulevard, famoso por sus bares, restaurantes y tiendas (en el tramo que va de Hollywood a Beverly Hills). Paramos a comer una clásica y muy local cheeseburger with fries y una gran coca cola con hielo (¿o debería decir hielo con coca cola?) servida en gigantescos vasos, de un tamaño inimaginable en América Latina. Y aún mejor, todo el servicio sin necesidad de hablar inglés, cortesía de nuestros queridos paisanos que trabajan por allá.
Retomamos el camino por Sunset Boulevard en dirección al este, encaminándonos hacia el hotel. En el camino nos encontramos con la tienda independiente de discos más grande del mundo: Amoeba Music, ubicada en el número 6400. La tienda es gigantesca. Venden la mayor colección de discos, nuevos y usados, de todo tipo de música y lo completan con una colección igual de gigantesca de películas. Amoeba Music también programa continuamente bandas alternativas que se presentan en vivo en este espacio independiente.
Preguntarle a algún miembro del personal de la tienda por un disco en particular es sumergirse en una conversación donde un aprenderá sobre las diferentes versiones grabadas del disco, los años, los formatos disponibles y música similar que podría ser de interés para el cliente. La tienda se precia en decir que todo su personal es experto en música, por ser músicos ellos mismos o estar dedicados al negocio de la música, y después de platicar un poco con ellos, no queda la menor duda de que saben de lo que hablan. Y lo mejor, editan una guía voluminosa que llaman Music we like donde los amoebitos –como ellos se llaman a sí mismos— recopilan sus recomendaciones favoritas. La guía es una verdadera joya hecha por conocedores. Amoeba Music es un paraíso que los amantes de la música no pueden perderse por nada del mundo.
Foto: Gary Minnaert
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