lunes, 14 de septiembre de 2009

2. El Observatorio Griffith

El Observatorio Griffith se encuentra en lo alto del parque del mismo nombre, viendo hacia el sur desde la loma del Monte Hollywood. Rodeado por enormes árboles, el observatorio sobresale por su imponente arquitectura estilo Art Decó.

Parque Griffith


Observatorio Griffith/Miradores

Las vistas de la ciudad desde este punto son espectaculares, sobre todo si uno llega al atardecer, en ese momento en el cual la luz solar cambia de ángulo llenando de tonos rosas y malvas el horizonte. En un día claro y despejado puede verse hacia el sur, Hollywood, al sureste, el downtown L.A. y hacia el suroeste, al horizonte, el Océano Pacífico. Conforme la luz desaparece con la puesta de sol, se encienden las brillantes luces de la ciudad mientras que una oscuridad profunda envuelve al parque.





El parque fue una donación de Griffith Jenkins Griffith a la Ciudad de Los Angeles en 1896. La tierra donde se localiza el parque y el Observatorio fue originalmente un asentamiento español llamado Rancho Los Feliz (de hecho, los suburbios cercanos al parque conservan el nombre Los Feliz). La tierra permaneció en manos de la familia por más de cien años, hasta que Griffith la compró en 1882.

Griffith nació en Gales, pero muy joven llegó a los Estados Unidos. Hizo su fortuna en las minas de plata de México y como inversionista en bienes raíces en el sur de California. Después de comprar el Rancho se mudó a Los Angeles donde pasaría el resto de su vida. Durante un viaje por Europa, quedó convencido de la importancia de los parques públicos para la vida de las grandes ciudades y decidió que su querida L.A. necesitaría uno si habría de convertirse en una gran ciudad. Decidió entonces donar a la ciudad 1,200 hectáreas (equivalente a casi dos mil campos de futbol), del Rancho Los Feliz, en diciembre de 1896.

Griffith J Griffith. Foto: Griffith Observatory

En 1904 quedó muy impresionado después de visitar el vecino observatorio de Monte Wilson donde pudo hacer observaciones del cielo nocturno a través de su telecopio. Llegó a la firme convicción de que un individuo podía ganar una perspectiva diferente del mundo al mirar hacia el firmamento. Decidió que era muy importante hacer accesible la ciencia al público en general y fue entonces cuando decidió construir un Observatorio público con un telescopio astronómico por el cual los habitantes de la ciudad pudieran ver las estrellas. Donó 100,000 dólares a la ciudad para realizar el proyecto que además incluía un gran vestíbulo con exhibiciones sobre la física y la astronomía y un teatro donde se presentarían películas educativas (en ese entonces no existía el concepto –ni la tecnología— para hacer un planetario).

El Ayuntamiento aceptó la donación pero lamentablemente, los políticos se cuecen en todas partes y los debates entre lo que debería o no hacerse se extendieron de tal forma que Griffith, ya enfermo, supo que no vería en vida su proyecto. Por ello, en su testamento Griffith se aseguró no sólo de dejar los fondos necesarios para construir el Observatorio, sino también de estipular claramente cuál era su voluntad. Además dejó claro que la admisión debería ser gratuita. Griffith murió en 1919. La construcción del observatorio no comenzaría sino hasta 1933 y sería abierto al público hasta mayo de 1935.

El sábado por la tarde, el Observatorio estaba lleno de vida. Griffith se hubiera sentido orgulloso. Había personas sentadas en los jardines disfrutando del excelente clima. Decenas de personas distribuidas en las terrazas tomando fotos de la increíble vista de la ciudad, y comenzaba a formarse una fila humana para poder entrar a observar el cielo nocturno a través del gran telescopio. Familias, estudiantes, adultos mayores, niños en brazos, todos esperando su momento para poder mirar a través de la lente del telescopio, tal y como Griffith lo soñó.

Las salas de exposición son muy interesantes y llama la atención un enorme péndulo de Foucault diseñado para mostrar la rotación de la Tierra. Otra atracción que no debe uno perderse es una visita al planetario Samuel Oschin. La presentación llamada “Centered in the Universe” nos llevó en un viaje que inicia en Alejandría, Egipto para luego viajar en el tiempo hasta llegar al Observatorio del monte Wilson donde Edwin Hubble descubrió que el Universo está en expansión. Finalmente, en un vuelo simulado pasamos a través de un grupo de galaxias hasta la Vía Láctea, luego el Sistema Solar, la superficie de Marte, para regresar a la tierra y “aterrizar” frente al Observatorio Griffith.

A la salida del Observatorio se encuentra un memorial en forma de un busto de bronce en recuerdo de James Dean. Dean, quien murió a los 24 años, filmó una famosa secuencia de la película Rebeldes sin causa en las escaleras del Observatorio. En el parque también se encuentra ubicado el famoso rótulo sobre la meca del cine: Hollywood, que visto de cerca no es tan grande a como se ve en las películas y que para mi sorpresa no se ilumina al anochecer.


Para terminar el día recorrimos Hollywood Boulevard con el fin de absorber un poco del bullicio nocturno de la ciudad y decidimos cenar en un lugar, que según la guía de viajes, era un clásico local: Pig’n’Whistle (Hollywood Blvd. 6714). Recomendaban sus famosos platos con carne de cerdo, pero para nuestra decepción en la carta sólo había dos platillos que tenían el ingrediente: unas costillas de cerdo y un sándwich. Estuvo bien, a secas; el lugar es agradable.

domingo, 13 de septiembre de 2009

1. De Mulholland Drive a Amoeba Music

El pretexto fue un concierto de Ladytron en el Henry Fonda Theater de Los Angeles, California. Tomamos el avión un sábado muy temprano por la mañana con el fin de llegar justo a tiempo para comer en compañía de los angelenos.

Nos recibió una ciudad soleada y con el cielo azul intenso sin nubes. Subimos al autobús que transporta a los pasajeros de la terminal aérea a la zona donde se ubican las agencias de renta de autos. No pude dejar de reparar en un gran cartel pegado en la pared del autobús que decía: “Viva la experiencia completa. Por 5 USD extra diarios cambie su auto por un descapotable”. El póster venía acompañado de una gran foto de un auto descapotable rojo muy bonito. El mercadólogo que ideó el anuncio claramente anotó un hit con nosotros pues, al final, salimos de la agencia de autos…en un descapotable.



Al salir del aeropuerto acabamos en una gran carretera llamada San Diego Freeway o Interestatal 405. Si algo distingue las ciudades de nuestros vecinos del norte son sus grandes avenidas y carreteras. Son verdaderamente impresionantes y los angelenos no se sienten intimidados para manejar a alta velocidad –no parecen haber estrictos límites de velocidad como en otras ciudades americanas—, rebasan sin distinción por la derecha o por la izquierda cuando consideran que alguien va más lento de lo que debería (como un par de turistas que van viendo el mapa tratando de saber dónde se encuentran en una maraña de grandes avenidas y puentes). Para estar acostumbrados a manejar en la jungla de cemento que es la ciudad de México, definitivamente L.A. –como le dicen los locales— es más intimidante y agresiva. El tráfico estaba en su punto, y el sol comenzó a “achicharrar” nuestras cabezas descapotables.

El anuncio de la siguiente salida nos dio una buena opción para abandonar el abarrotado Freeway. Era la salida para Mulholland Drive. La noche anterior, como parte de los preparativos de viaje, habíamos visto en video la película de Lynch Mulholland Drive. La famosa carretera recibió su nombre en honor de William Mulholland, el arquitecto que construyó en 1913 el acueducto de la ciudad considerado como el más largo del mundo, y que aún continúa abasteciendo de agua a tres cuartas partes de la metrópoli—. Como no teníamos ningún plan de antemano, simplemente tomamos la desviación.

Mulholland Drive fue un verdadero respiro, tanto para el asfixiante tráfico de la ciudad como para el abrasante sol. En minutos estábamos en un sinuoso y arbolado camino que recorre 40 kilómetros a través de las Montañas de Santa Mónica, desde el Valle de San Fernando hasta Hollywood. El día era perfecto para tener las mejores vistas de la ciudad. Siguiendo las señales de tránsito llegamos sin problema a Sunset Boulevard, famoso por sus bares, restaurantes y tiendas (en el tramo que va de Hollywood a Beverly Hills). Paramos a comer una clásica y muy local cheeseburger with fries y una gran coca cola con hielo (¿o debería decir hielo con coca cola?) servida en gigantescos vasos, de un tamaño inimaginable en América Latina. Y aún mejor, todo el servicio sin necesidad de hablar inglés, cortesía de nuestros queridos paisanos que trabajan por allá.

Retomamos el camino por Sunset Boulevard en dirección al este, encaminándonos hacia el hotel. En el camino nos encontramos con la tienda independiente de discos más grande del mundo: Amoeba Music, ubicada en el número 6400. La tienda es gigantesca. Venden la mayor colección de discos, nuevos y usados, de todo tipo de música y lo completan con una colección igual de gigantesca de películas. Amoeba Music también programa continuamente bandas alternativas que se presentan en vivo en este espacio independiente.

Preguntarle a algún miembro del personal de la tienda por un disco en particular es sumergirse en una conversación donde un aprenderá sobre las diferentes versiones grabadas del disco, los años, los formatos disponibles y música similar que podría ser de interés para el cliente. La tienda se precia en decir que todo su personal es experto en música, por ser músicos ellos mismos o estar dedicados al negocio de la música, y después de platicar un poco con ellos, no queda la menor duda de que saben de lo que hablan. Y lo mejor, editan una guía voluminosa que llaman Music we like donde los amoebitos –como ellos se llaman a sí mismos— recopilan sus recomendaciones favoritas. La guía es una verdadera joya hecha por conocedores. Amoeba Music es un paraíso que los amantes de la música no pueden perderse por nada del mundo.

Foto: Gary Minnaert