Decididos a no dejarnos intimidar por el número de personas que ya esperaban antes que nosotros, y envalentonados con eso de "al fin que no tenemos prisa", decidimos esperar. Ese domingo, como último día del mes, Avenida Juárez había sido cerrada al tráfico vehicular, y en su lugar, las calles estaban tomadas por los capitalinos que aprovechaban para andar en bicicleta, patines y patineta. Así que nos sentamos en una banca con vista a la calle a hacer lo que se solía hacer en los pueblos mexicanos en la plazuela local: "ver pasar al prójimo". Eso siempre es divertido y culturalmente muy interesante. Sin embargo, después de 40 minutos y con una lista de espera que sólo había avanzado 8 lugares decidimos olvidarnos del chocolatito caliente y buscar un lugar alterno para desayunar. Atravesamos la Alameda Central en dirección norte para dirigirnos hacia la plaza de la Santa Veracruz, una verdadera joya arquitectónica, donde también se ubica el Museo Franz Mayer, que tiene una cafetería muy agradable en el patio central del edificio.
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La plaza se encuentra sobre la calle de Hidalgo y para acceder a ella hay que bajar algunos escalones de piedra, que con cada paso nos transportan en el tiempo a una época ya muy distante. (Tristemente, los escalones también nos recuerdan que la diferencia de nivel se debe al hundimiento del terreno en esa zona debido a su ubicación en lo que fue la zona lacustre del viejo Tenochtitlán). En el extremo oriente se ubica el templo de la Santa Veracruz. Este templo fue construido en 1586, demolido y nuevamente reconstruido en 1764 con arquitectura que algunos llaman barroca mexicana y otros churrigueresca. Destaca en su interior el "Cristo de los Siete Velos" que data del siglo XVI y se encuentra en el altar mayor.
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Justo en frente, en el extremo poniente de la plaza se encuentra el templo de San Juan de Dios del siglo XVIII. Este templo se distingue por su vestíbulo en forma de portal y una bóveda en forma de concha. Finalmente, contiguo al templo de San Juan de Dios, se ubica un edificio conocido por muchos como el antiguo Hospital de la Mujer. Fue aquí donde en 1582, el primer médico doctorado por la Real Universidad de México, Don Pedro López, fundó un hospital para la atención de los desamparados. En los siguientes cuatro siglos, este edificio siguió funcionando como institución hospitalaria. El edificio actual data del siglo XVIII, y alberga al Museo Franz Mayer, nuestro destino final. Su nombre actual se lo debe a un coleccionista y filántropo alemán nacionalizado mexicano que dedicó una buena parte de su vida, y de su fortuna, en recabar una de las más importante colecciones de artes decorativas de México. Fundado en 1986, el museo cumplió 23 años este 17 de junio. Vale la pena visitar este lugar. Uno puede simplemente sentarse en la cafetería y disfrutar del hermoso claustro, o adentrarse en la colección permanente que es impresionante, o visitar alguna de las exposiciones temporales.
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Después de desayunar (nada cercano a lo que habíamos imaginado pero tampoco estuvo mal, con eso de que con hambre todo sabe a gloria), decidimos visitar la exposición temporal de Zandra Rhodes. Rhodes nació en Inglaterra en 1940 y se convirtió en la “La Reina del Punk” en los años 70s. Es considerada un ícono de la moda mundial.
La exposición me pareció fascinante. Es clara la inspiración que la autora obtuvo de sus viajes por el mundo. Basta ver sus cuadernos de apuntes y bocetos, donde capta el colorido, las texturas y formas de cada lugar (y qué manera de dibujar!).
Quizás ahora no parezca tan asombroso, ya que con la globalización que vivimos oir hablar de otras culturas es cosa de todos los días. Pero en los años 70s nada de esto era cotidiano. Viajar, visitar otros países, conocer otras formas de vivir era algo realmente exótico. A partir de sus dibujos, Rhodes retomaba el color y las texturas para hacer el diseño de las telas. Y luego, la parte más interesante para mí en lo particular, cómo cortar las telas para lograr patrones únicos, mangas con diseños originales que surgen de la forma en cómo se unieron los trozos de tela. Un verdadero ejemplo de una extraordinaria creatividad y una capacidad excepcional para ver en la mente un diseño que sólo tomará forma una vez combinados los diversos trazos de acuerdo al corte y forma de la pieza. Si tienen oportunidad, vale la pena visitar esta exposición que estará abierta hasta el 2 de agosto.
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Si todavía tienen pila vale la pena darse una vuelta por el Museo Nacional de la Estampa que también está ubicado en la plaza, a un lado del templo de la Santa Veracruz. El museo es pequeño y tiene una exposición permanente y exposiciones temporales. A finales de mayo nos encontramos con una retrospectiva de dos pintores mexicanos: Roberto Turnbull y José Castro Leñero. Particularmente, a mi me gustó el trabajo de José Castro Leñero, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM.